«Una experiencia espiritual que me llevó a reflexionar sobre... luciérnaga curiosa, que verá...»

A veces los de libroscom son inaguantables. La semana pasada, escribir sobre una estrella del rock agotada por el éxito. Será por las drogas, ¡no te jode! Pues yo solo escucho música clásica ¿Algún problema? Ya tengo esa conversación superada.  No podía escribir sobre Verdi, y tampoco me imagino a un fotógrafo enamorado de Rostropovich. Poco rockero. Así son los de libroscom, que mira que los quiero pero van tres retos que me echan.

Ahora una experiencia espiritual que blablabla. Trascendente. Te cagas.

En un viaje, un amigo metió mano a E.M. Foster. "Un leve golpe accidental bajo la cadera me provocó un escalofrío que recorrió mi columna vertebral", escribió él, muy fino. Pero vamos, que le agarraron el culo, se puso cachondo y esa noche tararíquetevi. Identitario fue. Espiritual menos. No creo que sea lo que quieren los de libroscom. Foster luego escribió "Maurice" y todos los maricas de mi generación fuimos a ver la película y lloramos como descosidas, pero el libro ni nos sonaba.

Mi viaje trascendente fue a Madrid para escuchar a Montserrat Caballé en un concierto arrollador en el que cantó, como bis, la escena final de "Salomé", de Strauss. Una escena de 19 minutos ¡como bis! Ahí es nada. Montserrat se transfiguró en una adolescente brutal y enloquecida por el deseo que tocó hasta la última fibra de mi ser y me siguió, durante años, como una sombra emocional. Dos décadas después pude contárselo en persona, agradeciéndole el milagro de su voz. Ella, coqueta desmitificadora de sí misma, mirándome con esos ojos que enamoraron a Visconti, respondió "millones de personas trabajan cada día para hacernos la vida fácil, Eugenio, a ellos hay que estar agradecidos", soltando una de sus contagiosas carcajadas, que cuando recuerdo me produce una profunda melancolía.