Carmen iba en un autobús rumbo a Benidorm, preguntándose como había podido dejarse convencer por su amiga Lola. Era la primera vez que hacia un viaje organizado para gente “de su edad” como decía Lola. Tenía sesenta y dos años pero se sentía joven, plena e independiente.
Era enfermera, le gustaba su trabajo. Había viajado y vivido multitud de experiencias. La única sombra en su vida, era no haber tenido hijos ni una pareja estable con la que compartir la almohada. Había tenido alguna relación esporádica que lo único que le habían dejado era un fondo de decepción.
Pero como persona optimista que era, estaba decidida a disfruta de esas vacaciones con Lola. Predispuesta a divertirse y hasta a compartir baile con algún octogenario.
Todo iba según lo planeado. Desayuno en el hotel, una horita en el gimnasio para paliar los excesos, playa, siesta y baile en el hotel después de la cena.
La última noche, en la pista de baile había una pareja que llamaban la atención. Mas jóvenes de la media, podrían rondar los cincuenta años. Ambos expertos en el arte del baile. Cuerpos fibrosos, armoniosos, moviéndose en una danza íntima y sensual. Carmen sintió un pellizco de envidia, de cómo se miraban, como una mano fuerte, segura, se deslizaba por su espalda para guiarla. Recuperándose del embobamiento, se marchó a la habitación.
Cuando las puertas del ascensor se cerraban entro él. Sus miradas se cruzaron y ella se fundió en la negrura de su iris. Sin mediar palabra, él acciono la parada del ascensor y la beso. Un beso dulce que se volvió apasionado e incontrolado. Dos cuerpos desconocidos buscándose con ansia, con intensidad, sin miedo.
Ya de vuelta a su rutina, no sabe ni su nombre, pero si cierra los ojos todavía lo puede sentir.
Buen relato compañera.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes