Desde esta mañana ya no me queda agua y la cantimplora de Michael se acabó anoche.
Hace un par de días que nos separamos del grupo con el que iniciamos la ruta. Mi sentido común me decía que no debíamos, pero hace meses que lo que siento en secreto por Michael me impide negarle cualquier cosa.
Él insistió en aventurarnos a través de la maleza para llegar a una catarata en la que quería darse un baño para refrescarnos del calor insufrible que hacía. Por supuesto que acepté, como negarme a ir con él a solas. Mi piel se estremecía de solo pensarlo.
De eso hace ya dos días y no hemos encontrado ninguna catarata, aunque él me insiste en que escucha el sonido del agua. Dios mío… ¿otra vez me he enamorado de un perturbado?, pienso mientras sigo andando tras sus pasos.
De repente al subir otra nueva colina, ahí está frente a mí, la imagen más increíble que podría soñar, los ojos verdes de Michael llenos de ilusión infantil mirando la catarata que se levanta frente a nosotros.
-¡Vamos Peter!, me grita mientras va desnudándose camino del agua.
Corro tras de él, y se me olvida totalmente el miedo que me da zambullirme en el agua. Salto y al salir a la superficie, Michael me sujeta y me besa diciéndome lo mucho que le gusto.
Escucho entonces al guía de la ruta y al abrir los ojos lo veo junto al resto de senderistas. Todo era un sueño, digo en voz baja mientras el guía nos mira con la misma cara de odio que yo miro siempre al ex de Michael.
No había catarata, ni beso. Simplemente el cansancio de estar deshidratados, de haber corrido delante de jabalíes y de haber comido setas muy dudosas.

