Yo, una chica de pueblo, cómo me atrevía a destacar por encima de los demás y siendo mujer, qué descarada…
Yo, un chica de pueblo, de familia humilde con padre herrador y madre limpiadora, qué me había pensado queriendo ir a la universidad a estudiar nada más y nada menos que medicina, una profesión de hombres….
Yo, una chica de pueblo, cómo podía abandonar a mis padres y no ayudarles en sus labores, cómo podía preferir vivir en la ciudad y lapidar los ahorros familiares…
Esas son algunas de las perlas que tengo que aguantar desde que mis vecinos se enteraron que después de acabar el instituto me marcharía a estudiar a la facultad. Lo que no conocían eran mis grandes esfuerzos para conseguir una nota suficientemente alta para tener plaza en la facultad de medicina y poder cumplir mi sueño.
Porque no, no abandono a mi familia, no me olvido de mis padres y los sacrificios que han hecho para que yo, hoy, vaya a comenzar el camino en busca de mi felicidad, no me olvido de ellos porque cuando alcance nuestra meta y sea doctora podré ofrecerles una mejor vida y una tranquila jubilación.
¿Y qué me importan esos comentarios, qué me importa la gente y qué me importan esos absurdos pensamientos que sitúan a la mujer en su casa con las labores del hogar? Nada, esa es mi respuesta.
Así que aquí estoy, en la puerta de mi primera clase de esta nueva etapa, con mis labios pintados de ese rosa chicle que tanto me gusta, vestida con mis jeans favoritos, mi camiseta morada, mis botines de tacón bajo y, lo más importante, la cabeza bien alta.
Vamos allá, a por mi sueño.
Soy mujer y puedo conseguirlo.
Y a quien no le guste, que no mire.
Saludos,
Carol.
Por mujeres como la protagonista la vida de las mujeres cambió.
Relato magistral, compañera.
Pisando fuerte!
Oooh yeaaah!
Saludos Insurgentes
Muy bueno, Patricia.
¡Enhorabuena!