Llegó el momento. Era el asalto definitivo, el último combate de mi carrera. Desde que estudiaba primaria soñaba con aquel instante. Recuerdo cuando mi tutor me presentó a mis primeros adversarios. La «b» y la «v» no fueron rivales para mí; las tumbé en el primer asalto. Creí tocar el cielo; era un triunfo que me presentaba como el oponente más temido.
La «h» fue un simple sparring; no la dejé ni pronunciarse. Eran días de gloria. Las familias de mis compañeros pagaban buenas cifras por presenciar mis exámenes, boxeo en estado puro. De un solo golpe mandé a la «m» delante de la «p». La «n» ni se atrevió a desafiarme. Pasaron los años y mantuve mi corona a pesar de las dificultades. Por todos es sabido que flirteé un tiempo con las mates, pero llegaron las esdrújulas y me volví un romanticón. Los oponentes se preparaban al máximo para vencerme y la acentuación se hacía eco de mis pasos en falso.
Poco después apareció de nuevo la «h», pero la «eché» cuando empecé a «echar de menos» los viejos tiempos. La «r» me confundió en el rin del imperativo mientras yo les decía «sentaros» para ver el combate, y ellos decían que me equivocaba. Empezó a ser una situación crítica, que más tarde acabó convirtiéndose en «diacrítica». Estaba en juego la corona mundial y el «guion» estaba escrito. Estaba escrito con tilde, pero mi derechazo certero tumbó la tilde sobre la lona.
El público coreaba mi nombre mientras yo esquivaba el penúltimo golpe, para caer sobre el suelo minutos después debido al golpe definitivo. Fui derrotado en el último asalto. Año 2010, cuando la RAE decidió que ningún «solo» llevara tilde.
Sin más, enhorabuena Rubén.
Saludos Insurgentes.
Guion, solo... ¡seguro que más de uno nos sentimos identificados!