Royam había sido enviada por su tribu a explorar las llanuras. Ella estaba orgullosa de ello, solo tenía once años, aún no le permitían ni cortarse el pelo, aunque ya solo le quedaba un año para ello, aun así la habían elegido exploradora.
Como exploradora se le habían concedido llevar una piedra de pedernal, la cual su tribu usaba para hacer fuego.
Era ya tarde y empezaba a hacer frío, así que Royam decidió acampar, y lo primero que hizo fue apilar un poco de hierba seca y varios palos con los que se dispuso a hacer su fuego.
Royam no había visto que unos ojos la observaban desde detrás de unas rocas, y cuando la chica entrechocó sus piedras produciendo la chispa necesaria, aquel ser salió de detrás del árbol para observar más de cerca.
Era un «sin pelo», así llamaban a los otros, los que también andaban como ellos, pero eran de la otra especie.
El ser se acercó tímidamente. Royam sabía que el fuego lo asustaba.
—Fá —dijo Royam señalando al fuego. Era la palabra que ellos usaban para designarlo.
El otro ser asintió y Royam se sintió en la necesidad de explicarle como funcionaba aquello. Después de un rato de explicaciones consiguió que lo entendiera y le regaló un trozo de la piedra.
Royam se echó a dormir satisfecha viendo como su amigo se marchaba, es posible que tuviera problemas en su tribu por regalarle la piedra, pero ella esa noche durmió mejor que nunca.
El ser se alejó con el trozo de piedra que la chica le había regalado y subió a su nave donde su piloto lo esperaba.
—Podemos irnos —dijo— en este planeta no nos necesitan.
—Tú mandas Prometeo —contestó el piloto y los dos abandonaron aquel primitivo, pero prometedor planeta.