«Actores secundarios que dan sentido a tu vida»

El corazón tiene casualidades que desbaratan a la razón.

Aquel amor era imposible. Lisa y Laurent nunca debieron conocerse. Sin embargo, uno elucubra, trazando una teoría bizarra, hasta que se sabe dentro de un embudo que hace converger ideas locas.

Tal vez fuera porque aquellas dos series eran del mismo autor que, al crear a Lisa, utilizó la imagen de la joven que hizo masa madre con sus vísceras, una masa que nunca llegó a hornearse, mientras que al crear a Laurent se estaba retratando a sí mismo, con el espíritu indómito del instituto.

O tal vez hubiese ocurrido porque dos televisiones panorámicas estaban enfrentadas en la tienda de electrodomésticos emitiendo cada día, sin interrupción, las series que protagonizaban Lisa y Laurent. Ella, en una producción costumbrista ubicada en Inglaterra, siendo la hija más joven y rebelde de un matrimonio burgués. Él, como agente intergaláctico con el cometido de proteger a los planetas de los Oscuros.

O tal vez porque la señora que todas las mañanas limpiaba las pantallas del establecimiento, con una vida que aborrecía, se dedicaba a hablar con los personajes de las series, dándoles avisos, consejos, revelaciones o quejas.

El caso es que un día, Lisa, en un ataque de claustrofobia existencial, chistó a Manuela:
—Chsss, señora. ¿Me escucha?
—¿Quién me llama?
—¿Soy Lisa?
—¿Cómo puede ser? Las radiaciones de estas pantallas me están enloqueciendo.
—Escuche, es muy importante. Debe decirle a Laurent que no soporto un día más sin él.
—¿El agente del espacio? No entiendo nada, pero descuida. Es lo mejor que me ha pasado.

Al rato, volvía con noticias para Lisa:
—Ya ha recibido el mensaje.
—¿Y bien?
—Ha puesto rumbo a Abydos, un planeta con el portal interdimensional más barato.

La historia que después hubo entre ellos continuó, pero en la eternidad de un cajón olvidado, serpenteando sobre las emociones no vividas del guionista, de cuando solo era espíritu.