Tenía que ser un poco más egoísta. No faltaba mucho para que los cambios más grandes se notaran y el nivel del mar subiera para cubrir la tierra por completo y ahogara toda forma de vida. Aún era imperceptible y los centros gubernamentales, aunque sabían que algo terrible iba a ocurrir, no querían desatar el pánico en la población, así que se movían lentamente.
—Tienes que venir con nosotros antes de que sea demasiado tarde —le dijo la sirena sentada en una roca, intentando convencer a su amante de que se salvara.
—¿Y toda la gente que morirá? —El pesar que había en la voz de él era algo que se podía palpar y le dolía tanto como a ella, pero no iba a ceder.
—¿Y si tú mueres qué importa el resto?
Ninguno dijo nada. Se miraron y antes de que ella hablara, él esquivó su mirada. ¿cuánto quedaba? Ella le había dicho que esperaban que se produjera dentro de pocos días, una semana cuanto mucho, pero el mar era tan inestable que podía ser antes.
—Salvaré a todos los que pueda.
Ella intentó alcanzarlo y detenerlo, pero se alejó y fuera del agua no podía llegar hasta él.
Fue a buscarlo a la orilla todos los días, con la esperanza de que apareciera y se arrepintiera. Ella lo entendería…
Pero jamás llegó.
Así, cuando el tsunami arrasó con todos, ella sólo presenció todo desde lejos, sin haber podido salvarlo. Con pena, un dolor agudo en el pecho que derramó sus lágrimas en el mar mientras el agua se llevaba toda vida consigo. Nadó hasta una roca y mientras tantas vidas se perdían en el agua, con el corazón en la mano y sus últimas lágrimas que dar, alguien cantó.