Ana adora a sus hijos mellizos pero han sido dos años y nueves meses extenuantes. Ellos han superado el período de adaptación y hoy se enfrentan a su primera jornada con horario completo. Les ha levantado y vestido, les ha dado el desayuno y les ha dejado en su fila un poco antes de las nueve. Cuando se han ido con su maestra, le han dicho adiós con la mano y ella les ha devuelto el gesto sonriente.
Ahora ya está en su coche, de vuelta. Son solo diez minutos. Mientras conduce, nota en la nariz el olor a lavanda y no puede evitar sonreír. Aparca en el garaje, busca las llaves y abre la puerta acorazada. Cierra deprisa y va directa al baño, a poner el tapón de la bañera. Abre el grifo, coge el envase cilíndrico morado y echa el jabón. Inspira su aroma con fuerza. Después busca una canción celta en el móvil y lo deja sonar encima de una repisa. Mientras se forma la espuma, se quita la ropa despacio. Luego coge una vela gruesa de cera de abeja del armario, la enciende con un mechero, la coloca en una esquina, sumerge la mano derecha y comprueba la calidez del agua. Le parece perfecta. Entra en la bañera y se sienta. Se le eriza la piel. Enseguida se desliza para hundir la cabeza unos segundos, siente un gran alivio.
En cuanto se incorpora, se fija en el vaivén de la llama, le parece que baila al ritmo de la música. De repente, recibe una llamada. No le apetece pero algo le impulsa a coger el teléfono. Se levanta, coloca los pies sobre la alfombra de rizo y se envuelve con una toalla.
—Soy Noelia, la profe de Miguel. Se ha hecho pis. ¿Puedes venir a cambiarle?