«Allá donde vaya volveré a hacerlo»

Volvería a hacerlo una y mil veces, a pesar de tener una guillotina apuntando directamente a mi cuello, volvería a hacerlo todas y cada una de las veces que fuera necesario.

Los gritos de rabia de los hombres llamándome asesina y las lágrimas de pena de las mujeres mientras rezan por un milagro que salve mi vida son señales de que mis drásticos modos, aun no estando amparados por la justicia, sí que la hicieron para todas ellas.

Por cada víctima que acudía a mí para que sanara sus heridas con alguno de mis ungüentos, unos testículos aparecían colgados en la puerta de la iglesia. Por cada una de las mujeres y niños que eran violados o atacados con patadas y golpes, un hombre aparecía atado en la fuente de la plaza del pueblo, sin ojos y degollado.

Pasaron demasiadas víctimas ante mis manos antes de convertirme en el monstruo que dicen que soy pero, desde entonces, el caso de mujeres maltratadas descendió.

La noche que colgaba los geniales de mi última víctima en el portón parroquial, el sacerdote me descubrió. Convenció a todos los vecinos varones que el demonio me había poseído.

Y aquí me encuentro, a escasos minutos de encontrarme con la muerte. Me enfrento a ella con la convicción de haber salvado vidas inocentes y no me arrepiento de haberme convertido en una especie de monstruo para aquellas bestias, ellos eran los auténticos monstruos que con sus golpes e insultos rompían la paz hogareña valiéndose de su superioridad física.

Si algo he aprendido es que si existe otra vida lo haré desde el principio, a la mínima señal, porque ellos nunca cambiarán, sus palizas mortales siempre aparecerán. 

Allá donde vaya seré ese mismo monstruo,  allá donde vaya volveré a hacerlo una y mil veces.