«Anécdotas del campamento»

Cuando tenía catorce años mis padres me apuntaron al campamento de verano del colegio. Estaba situado en la sierra. A cada grupo de chicos nos asignaron una cabaña, yo me junté con Israel, mi único amigo. Los demás eran imbéciles. Luego se nos asignó a nuestro grupo a Linares porque había quedado excluido, y los grupos al menos tenía que ser de tres.

Los días eran divertidos, metiéndonos con Linares y tonteando con un grupo de chicas que en realidad no nos hacían demasiado caso. Lo peor era cuando el grupo de los pamplinas, uno de los más populares e imbéciles, se dedicaban a hacer de las suyas y molestarnos. Una noche entraron en nuestra cabaña mientras dormíamos y le echaron agua en la cama a Linares para que pareciera que se había meado, eso nos resultó gracioso, pero no fue gracioso cuando descubrimos que a nosotros nos habían puesto pasta de dientes en el pelo. Se dedicaban a gastar ese tipo de bromas a casi todos los grupos.

Otro inconveniente eran los monitores, unos gilipollas engreídos y abusones. Cierto día estaba con Israel en la piscina, él se estaba bañando y yo estaba sentado en el borde, entonces llegó Charly, el monitor más detestable. Hizo el amago de empujarme por detrás... Me giré y le dije —¿Qué haces? ¿Te crees muy gracioso?
Me miró sorprendido y con aire desafiante dijo: —¿Tienes algún problema?
—Pues sí, tú eres el problema.
—Pues llama al equipo A. —contestó, me agarró del brazo y me lanzó a la piscina.

Charly era joven y todas las chicas babeaban por él. Se rumoreaba que por las noches invitaba a su bungaló a las chicas para enseñarles a besar a cambio de cinco euros.

Una noche decidí avisar a un profesor y así sembrar mi venganza.