«Antes de genio, aprendiz.»

Llegó un cuarto de hora antes de que empezarán las clases, como siempre. Con la seriedad que le caracterizaba se sentó en su pupitre de madera vieja, que cojeaba de una de sus patas izquierdas. Le había costado Dios y ayuda convencer a sus padres para que le permitieran continuar sus estudios. El Estado había empezado a poner de su parte para que todos tuvieran acceso a una educación digna pero las familias debían aportar un precio que a su padre no le había mucha gracia pagar. 

Comenzó la clase de Ciencias Biológicas con entusiasmo, aunque su favorita siempre era Medicina. Tomó apuntes durante la hora y media que duró la lección y cuando terminó observó su alrededor. Buscaba el momento oportuno para acercarse al maestro, del cual le habían informado que quería hablar en privado con él. Estaba nervioso pero como no había muchos compañeros se levantó decidido hacia la mesa del Maestro.

-Disculpe, me informaron de que me buscaba- dijo buscando la mirada del maestro.

-¿Es usted Alexander Fleming? - preguntó el hombre.

- Si señor, soy yo.

- Muy bien señor Fleming, me alegra informarle de que alguien solicita sus servicios en el laboratorio del Hospital St. Mary. Es una gran oportunidad para usted joven.

Aquel día fue clave en su destino y Alexander aceptó la oferta lleno de ilusión, sin imaginar que en un pequeño laboratorio de aquel hospital haría su mayor descubrimiento y aportación al mundo, el cual le llevaría a ganar un Premio Nobel y salvar muchas vidas, la penicilina.