«APRENDEMOS A ODIAR Y ESO NO TIENE PERDÓN.»

Salgo de casa, lo más tapada a ojos de mis vecinos. Soy la indigna que no tiene escrúpulos por ir a ver al depravado negro de la nueva familia del vecindario.
Qué van a saber ellos del corazón tan grande que tiene Malik, si no se han parado a conocerlo, si lo han condenado por decenas de delitos que él sería incapaz de cometer. 
Mi familia tiene la culpa de todo. No aceptan que su hija, responsable, inteligente y con una beca para estudiar arquitectura en una gran universidad, eche a perder su vida al enamorarse de ese negro delincuente, de familia inmigrante y con derecho a vivir entre los blancos porque han amenazado a alguien para que les falsificara la residencia americana. Eso es lo que mis padres me dicen a diario, sin saber que realmente, su padre es un gran pianista y su madre es cantante de jazz; que se conocieron en la universidad y se enamoraron, y que tuvieron a Malik en América, y que eso lo hace tan americano como yo.
Hace cuatro meses, mi padre nos pilló abrazados a la orilla del lago Chelan, disfrutando del picnic que Malik había preparado para celebrar mi graduación de camino a la universidad. 
Ese día, se encargó de que la policía lo detuviera por violación. Ni mis lágrimas ni mis palabras lo alentaron para que cambiara su versión de los hechos. Mintió. Arruinó nuestras vidas solo por el hecho de que me enamorara de un negro.
Hoy, voy a verlo a la cárcel del condado. Cada mes me ve más gordita, el fruto de nuestro amor es más evidente y eso llevó a mi padre al suicidio.
"Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, aprendemos a odiar y eso no tiene perdón".