«Morir en libertad»

El movimiento de las llamas y el rojo intenso del fuego se reflejaban en sus ojos con un efecto cristal que hacía que el dolor de su corazón y la pena de su alma pasaran desapercibidos.
Hacía semanas que había abandonado la casa donde residía con sus padres, sus hermanos y su abuela, todos supremacistas blancos cuyo odio hacia las personas de color se estaba radicalizando peligrosamente.
Liam no pensaba igual, no comprendía cómo el odio hacia un color de piel podía convertirse en una muralla alta, fuerte e inquebrantable cubierta de dardos envenenados con el único fin de acabar con quien consideraban, erróneamente, enemigos. Él solo veía el corazón de las personas a través de sus ojos y, cansado de tanto odio y sinsentido, buscó cobijo en casa de su compañero de universidad. Ethan y su familia, afroamericanos y señalados por la sociedad por su condición negra, lo acogieron como uno más de los suyos. Liam aprendió junto a ellos cómo era posible luchar por las creencias y por la justicia desde el respeto y el pacifismo; los acompañó a reuniones y a manifestaciones clamando a su lado por el fin de la discriminación racial de quienes consideraba sus iguales.
Una noche, unos encapuchados cubiertos con túnicas blancas irrumpieron en la casa al grito de "sangre y tierra", los golpearon y los llevaron a las afueras del pueblo. Allí los ataron a columnas de madera junto a otros prisioneros. Uno de los encapuchados, portando una antorcha, se acercó al joven blanco y, dejando su rostro al descubierto, le dijo:
-Hijo, estás a tiempo de recapacitar y regresar conmigo a casa.
-Prefiero morir en libertad que vivir prisionero de unas creencias de odio y terror que no son las mías.- Esas fueron sus últimas palabras. El fuego hizo el resto.