El agua congelada me cubría hasta las rodillas, mientras permanecía en completo silencio. J estaba a mi lado, tenso. La mochila con los suministros pesaba en mi espalda, si nos encontraban no importarían los riesgos que habíamos tomado… si nos cogían estábamos jodidos.
Avanzamos lentamente, sobre las ruinas del antiguo templo. Mi padre había dicho que antes era una iglesia, una obra maestra, una para los dioses… La más grandiosa de todo el mundo. No servía de nada. No ahora que el nivel del mar había subido destruyendo las ciudades, no cuando bacterias y virus que estaban congelados habían sido liberados por las altas temperaturas… Toda la civilización se reducía a pequeños grupos de supervivientes, y ni eso.
- ¿Oyes algo? –preguntó J.
Negué con la cabeza lentamente.
Y si las enfermedades fueron malas, así como lo fue la propia desesperación humana… No fue nada en comparación a lo que pasó cuando las enfermedades se retiraron; muchos murieron y los demás simplemente se convirtieron en otras cosas.
Cosas que reptaban por tierra y mar.
- Tenemos que volver al campamento. – insistió J. – Ahora.
Asentí lentamente, y di un paso más sobre el agua. Y entonces pasó. Garras se me clavaron en la pierna, tirando de mí hacia abajo. Grité mientras mi cuerpo colapsaba contra el frío, y mi cabeza se hundía en las profundidades oscuras. Dientes brillantes brillaron cerca de mi cara. Levanté los brazos para protegerme mientras intentaba patear a la criatura lejos de mí. Esa cosa tenía hambre.
Grité, y de pronto otro brillo navegó en la oscuridad. Un cuchillo atravesando el ojo de la criatura. Rompí hacia la superficie recuperando la respiración. J me miró, con sus manos aun dentro del agua, sosteniendo el cuchillo.
- Tenemos que irnos ya. Estas cosas no viajan solas.