De vuelta a casa, las manos de una joven alta y fibrosa se deslizan por el buzón. En lugar de tomar la puerta lateral que da acceso a su casa, entra al portón de la nave adyacente, donde el entrenador está limpiando el interior de unos fétidos guantes de boxeo.
—¡Hola, papá! Tenemos cartas. Y una es de Paco el Pinzas.
—Léemela.
—“¡Qué pasa, tron! Otra vez en el trullo, ¡y por la cara!...”
—Sáltate el rollo y ve a las peticiones… —reclama mientras cubre con cinta americana las rajas de uno de los sacos.
—Vale, papá. — Retoma la lectura cuando encuentra una frase—. “Por favor, busca a mi zagal, entrénalo y que viva en la residencia”. El Flequi es un pieza. Si lo metemos con nosotros mareará al resto.
—Eso será si le dejamos. Merece una oportunidad. Tú y yo sabemos que estos sacos de boxeo y la disciplina que les meto hacen maravillas.
—Es verdad, me había dejado llevar por la pereza de volver a empezar. Lo siento.
—Disculpada estás. Ahora ayuda a mamá con las comidas. Lo mejor contra la pereza es no recrearte en ella y la dedicación al trabajo constante.
—Sí, maestro. Te dejo el resto de cartas.
Cuando termina de pasar la mopa al ring, abre el único sobre que no procede de la cárcel:
“Querido José,
La revista Humanidad quiere contar su historia. Usted en treinta años ha sacado a cientos de niños de los suburbios, esquivando drogas y delincuencia. Ha ejercido de su tutor nutriéndoles con valores que escasean: responsabilidad, esfuerzo, sinceridad, fraternidad,… El reciente campeón mundial, Horacio Pozuelo, fue uno de ellos. Para el artículo sobre su Gimnasio BPV, él nos acompañará y hará una generosa donación...”
Levanta la mirada, ve todas las deficiencias del local y resopla de alivio.
Preciosa historia.
Saludos Insurgentes
¡Enhorabuena!