- Por un momento creí en ti.
Nunca debí confiar en él. Ahora lo sabía. Mis ojos podrían haber tenido lágrimas sino fuera por la rabia y el fuego que ardía en ellos al mirarle.
- No debería sorprenderte, querida. – habló con voz calmada y pausada. – Nunca pretendí ser nada diferente de lo que soy.
No. No lo había hecho. Era el villano del cuento y solo eso, cualquier otra cosa había sido una historia que yo sola me había inventado. Era el Lobo hambriento que consumía todo lo que estaba a su alcance, y puesto que yo había estado en el medio esa vez, había arrasado también conmigo.
- ¿Ni si quiera vas a mentirme y decirme que lo sientes?
- ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué siento haberte mentido? ¿Qué siento haberte engañado? Los dos sabíamos qué final estaba escrito para nosotros, que no quisieras darte cuenta es tu responsabilidad. Quizás eres tú la que debes pedir perdón.
Me atraganté con una risa escéptica. - ¿Debo disculparme ante ti?
El Lobo sonrió, con esa sonrisa de dientes afilados que me había llevado a cometer las más grandes locuras. – Debes disculparte contigo. Creo que debes decirte muchas veces lo siento hasta que te atrevas a perdonarte. Seamos honestos, confiaste en mí antes que en ti misma.
Rugí de rabia e impotencia y por un instante me imaginé alcanzando el cuchillo y matándolo de la forma en que el cazador debía haber hecho. Él habría tenido que salvarme, claro que esa vez no había ningún cazador, yo misma me había encargado de eso, ahogándole hasta que me aseguré de que no fuese nunca más una amenaza para mi Lobo. Quise creer que no necesitaría que me salvara, porque mi Lobo nunca sería un Lobo conmigo.
- ¿Y bien? ¿Te dirás lo siento?
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes