Antaño caminaba en grupo, una marabunta sin destino aparente, pero con un fin y un deseo común, comer, devorar. Nuestro apetito era insaciable, cada vivo era para nosotros un festín, un festival de sangre y vísceras. Cruzábamos ciudades, pueblos, ciudades, arrasando con todo lo que encontrábamos, no había piedad, porque no teníamos conciencia. O no la queríamos tener, comernos a nuestros propios hermanos, madres o amigos, hubiera sido un problema si era conciencia hubiera existido.
Ahora estoy solo, todos han ido cayendo poco a poco. Tal vez en alguna parte del mundo quede alguno como yo, pero no tengo forma de comprobarlo. Solo me queda seguir vagando por los caminos, cada vez más hambriento y sin más deseo que encontrar algo para comer, saciar mi incesante apetito. Solo soy un saco de carne y huesos, y de repente pareciese que recupero la conciencia. Recuerdo a todas esas personas que me he comido y pienso que tal vez no lo merecían. Pero, ¿Qué otra opción tenía? Era su vida, o la mía, extraña paradoja para un muerto.
Y ahora me pregunto, si no encuentro nada para comer, ¿moriré de hambre?, aunque claro si ya estoy muerto, tal vez solo me espera una eternidad vagando y hambriento. Siempre y cuando no me encuentre con alguien que me meta una bala en el cerebro, que parece ser la única forma de morir. ¡No tendré esa suerte!
Hoy me encuentro contigo, extraño ser entre la vida y la muerte, pero no me apetece comerte, eres lo único que me queda, no quiero estar solo, ni muerto.
Ahora somos, carne, huesos y tú.
Saludos Insurgentes