Cuando abrí los ojos, sentí que flotaba, en medio de una inmensa calma, semejante a un mar de nubes pálidas en una tarde primaveral. Todo a mi alrededor parecía hallarse inmerso en un profundo vacío, en el que apenas podía escucharse nada distinto a mi propia respiración.
Poco a poco, mi mente fue despertando de su letargo y, con ella, empezaron a hacerlo mis sentidos. Lo primero que logré percibir fueron los destellos de la pantalla de televisión que tenía ante mí. Me sorprendió verme recogido en las imágenes que se estaban proyectando, pues no recordaba haber estado nunca en aquel lugar.
Mientras observaba la emisión, un sonido de fondo captó mi atención. Inconscientemente, comencé a fijarme en él, tratando de identificar algo que no me resultaba desconocido. Fue entonces, cuando empecé a distinguir palabras sueltas que me permitieron descifrar el contenido de la conversación. Desgraciadamente, el mensaje que logré interpretar, me puso realmente nervioso e, instintivamente, hice amago de incorporarme para recibir las pertinentes explicaciones en primera persona. Sería difícil explicar lo que sentí en ese momento. La sensación de que el mundo se te cae encima, sin previo aviso, probablemente se quedaría corto para describir mis sentimientos. La realidad es que, sentir como tal, no sentí nada. Era como si, de cintura para abajo, mi cuerpo no existiera.
Traté de llamar la atención de las personas que dialogaban pero no conseguí articular palabra alguna. La única opción que me quedó fue subir el volumen de la televisión y escuchar aquella noticia.
“Un joven, que cuadruplicaba la tasa máxima de alcohol, se salió anoche de la vía, arrollando con su vehículo a decenas de personas que se encontraban en una terraza. El accidente deja cinco fallecidos y una docena de heridos”.
Ojalá nunca hubiera abierto los ojos
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes