«Cuando me muera, sabrán que fue un gran libro»

¿El primer capítulo de mi nueva vida? Lo tenía muy claro, pero alguien tenía que escribir el prólogo. No podía recurrir a una ex; le hubiera dado un toque demasiado ácido que no me interesaba. ¿Quizá a mi hermano? Él me quería de manera incondicional, pero se obcecaba en que yo fuera abogado. Lo de escribir siempre le pareció una utopía. Quizá lo podría haber escrito mi profesor de Antropología; lo cierto es que un excéntrico de mediana edad que ya estaba de vuelta de todo le podría haber dado ese toque que yo necesitaba.
Pero definitivamente decidí que lo escribiera mi sobrino Álvaro. Un niño de 6 años no podía hacer otra cosa que decir la verdad. Yo se lo corregiría después y lo adecuaría al contexto.

Aquel libro fue una auténtica porquería. Describía mis propósitos para el nuevo año, mientras trataba de hablar con mi «yo» del pasado y mi «yo» del futuro, sentándolos a ambos en torno a un café en un bar tradicional. 
El editor me dijo que la idea era buena, pero que estaba muy mal ejecutada. Solo le gustó el prólogo. 

Mi ex no compró el libro, a mi hermano se lo regalé y jamás se lo leyó, y mi profesor de Antropología lo consiguió porque lo regalaban como promoción en un estanco-papelería, por la compra de tres cuadernos y una caja de puros.

Mi sobrino Álvaro ahora es escritor. Él siempre me recuerda que fue todo gracias a escribir aquel prólogo. A él le entusiasmó mi libro o, al menos, eso fue lo que siempre me dijo.