A Juanito lo recogimos en el km 89, cuando nos bajamos a hacer pis en una gasolinera. Metimos su mochila en el maletero y le hicimos un hueco entre los cuatro. Cuando nos paramos a comer, mamá repartió los bocadillos sin darse cuenta de que le faltaba uno. Tampoco papá se dio cuenta cuando nos sirvió agua fresca en vasitos de plástico. Juanito comió un trozo de cada bocadillo y bebió de los vasos de todos. Y seguimos adelante.
Al atardecer llegamos a nuestro destino. El campamento era un conjunto de cabañas, junto a un río cristalino, en las afueras de un pueblo donde papá y mamá habían alquilado una habitación para quedarse esa noche.
Fue entonces, cuando el monitor nos preguntó los nombres y Juanito pronunció el suyo, cuando se percataron de que algo no cuadraba. ¡Nos sobra un niño! exclamó papá. ¿Cuál de ellos, si son todos iguales?, preguntó mamá.
Nos arremolinamos los cuatro en torno a Juanito pero, después de una inspección minuciosa, los mayores descubrieron un rostro que no les era familiar. El pobre Juanito no pudo quedarse a dormir en nuestra cabaña, aunque ya había escogido litera.
Papá y mamá pasaron la noche en un calabozo. Y no vinieron a visitarnos el día de Puertas Abiertas. No supimos a donde mandaron a Juanito y no nos atrevimos a preguntarle a nadie. Durante años alimentamos dudas y opiniones dispares. ¿Quién era Juanito? ¿Un niño abandonado, un delincuente precoz, un adulto encogido, un extraterreste que preparaba la invasión del planeta? ¿Era Juanito un niño de carne y hueso o fue un amiguo invisible que inventamos para amenizar el viaje hasta el campamento?
Ya casi no hablamos de él pero ¡qué curioso!, los cuatro hermanos hemos coincidido en tener un solo hijo.
Un historia diferente.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes