Está todo patas arriba y siento que yo ahora también lo estoy. No queda ni un solo cuaderno o trozo de papel pintarrajeado en todo el despacho y de mi portátil lo único que han dejado ha sido el solitario cargador que cuelga de la mesa de un modo muy dramático. Lo comprendo. Yo también quiero tumbarme a lo largo de la tabla y suspirar muy fuerte hasta que el aire se convierta en agua y me ahogue con mis propias lágrimas. ¿Qué es esto y qué hago yo a partir de ahora?
De repente las trescientas páginas inacabadas de Diego y Lea han desaparecido y siento que su historia se me escapa por la ventana que se han dejado abierta. Intento llamarlos desesperada y pedirles que no se vayan, que aún no los he terminado y que los necesito, pero nadie me responde de vuelta. Empiezo a notar que me falta el aire y el caos que reina en la habitación se instala por completo en mí.
No soy una persona de despedidas o rupturas, esto no me puede estar pasando a mí. No estoy preparada para decirles adiós cuando apenas los había presentado. ¿Qué pasará ahora con los ojos de Lea y su forma de sonreír? ¿A dónde irá Diego este fin de semana y qué hará? No puede ser que se estén despidiendo. Si yo no quiero.
La conciencia comienza a pesarme en el pecho y me siento en el suelo al lado de la silla volcada. El pelo de Lea se burla de mí desde la ventana y suena la risa de Diego de fondo, acompañando. Me preparo para verlos desaparecer y cuando me doy cuenta de que ya se han ido del todo, me abrazo y rompo a llorar. Me he quedado sola.
Ahí hay algo pendiente de escribir.
Y qué historia tan bien escrita.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
¡Enhorabuena, Lola!