Cuando digo que mi vida daría para escribir un libro, es muy posible que esté concentrando todos mis malos pensamientos y frustraciones en un puñado de hechos concretos que afectaron significativamente al desarrollo normal de mi día.
Sin embargo, hoy, he asistido a una escena, tan rocambolesca, que a ningún psicólogo, con dos dedos de frente, se le habría pasado jamás por la cabeza admitir como verídica.
Acababa de terminar con mi tercer paciente del día y me disponía a beber un vaso de agua para humedecer un poco la garganta. Mientras vertía el líquido en el recipiente, se abrió la puerta y, lo que pude ver tras ella, se convirtió, desde ese mismo instante, en una imagen digna de mostrar en los mejores libros de historia.
El adolescente, vestía camiseta naranja, pantalones cortos azules y unas zapatillas deportivas del mismo color. Hasta ahí, todo era, aparentemente, normal. Sin embargo, había algo que llamaba mi atención de sobremanera: el color amarillo de su piel y su cabeza casi cilíndrica.
<<Esto no puede estar pasando.>> - pensé para mis adentros mientras le permitía entrar en mi consulta. - <<La verdad es que el disfraz está muy logrado.>>
- ¿En qué puedo ayudarte? – pregunté, todavía, con cierta perplejidad.
- Mire usted, me manda aquí el director de mi instituto porque dice que no paro de hacer fechorías y necesito, urgentemente, la ayuda de un profesional.
<<No puede ser. Vale que hoy en día se pueden conseguir disfraces muy buenos. Pero, ¿y ese tono de voz? Es imposible que nadie pueda imitar su voz con tanta perfección.>>
Empecé a ponerme muy nervioso. Mi mente comenzó a llenarse de pensamientos e ideas que chocaban entre sí.
Lo siguiente que recuerdo es que alguien golpeaba mi mejilla suavemente, mientras me llamaba por mi nombre.