Tras haber alcanzado la discusión su punto más álgido, volvió a reinar el silencio. Solo el inclemente calor que se filtraba a través de las paredes de metal parecía robarle protagonismo a la gravedad de la situación.
- ¿Por qué tienes que ser tú? - gritó ella como si nunca más fuera a preguntarlo.
- Ha tocado en nuestra familia y para mí es un honor poder contribuir de esta manera a que la humanidad tenga un futuro - respondió él sorprendentemente calmado.
- ¡Pero tú tienes una hija!
- Es demasiado pequeña aún como para recordar que alguna vez tuvo un padre. No llegará a echarme de menos - advirtió con tono poco convincente.
Se secó el sudor de la frente con la manga. Tomó unos segundos de reflexión y decidió lanzar al aire la inexcusable verdad para dar más peso a su argumento.
- Han pasado 24 meses desde que cayó la última gota - continuó él - Conoces el protocolo. Debo ser yo quien suba a la nave y la haga explotar a la distancia exacta de la atmósfera para generar nubes durante al menos unas semanas. No hay otro modo de activar los tanques.
Hodei se coló gateando entre las piernas de su madre. Ella se agachó, le pellizcó la nariz con gesto contenido y la alzó para fundirse en un abrazo. No pudo contener las lágrimas.
Está bien - logró murmurar ella - Le diré que su padre la quería con locura y que nos salvó a todos regalándonos largos días grises. Le diré que soñaba con que su hija viviera bajo un cielo encapotado.
Sin embargo, esa misma madrugada mientras su hija y su marido dormían, ella se escapó para ejecutar la misión con la esperanza de que su hija la recordase cada vez que tuviera la suerte de avistar una nube.