- Homero me hace regresar a mis años en palacio, a cuando aún era un niño.
La primera vez que lo vi, caminaba pensativo con sus manos entrelazadas en la espalda. Su barba grisácea brillaba por el roce del sol. Me fascinó. Sus pasos eran como los trazos de un dibujante experto, rebosaban certeza y a su vez emanaban paz.
Se sentó en la gran mesa de mármol. Desenrolló con suavidad un papiro, mojó la pluma en el tintero y mientras escribía con suavidad, me miró de reojo y con un giro en su cabeza, me marcó el camino.
- Pasa Alejandro. Comenzaremos con retórica y filosofía. Y para que sea más ameno, te presentaré a mi amigo Homero.
Y con pasos cautelosos entré y me senté frente a él. Así fue como conocí a Aristóteles.
- Me tildaban de sensible y sufría burlas continuas de mi padre, Filipo II. Qué nunca llegaría a ser fiero en la batalla decía. Y mírame Ptolomeo. Alza la vista y contempla hasta donde hemos llegado.
El saber, me dijo. El saber está en estos escritos Alejandro.
Ejecutar será sencillo en la batalla me decía, pero la palabra fortalecerá tu mente, la hará ágil, audaz. Y ante la técnica y la estrategia del ingenio, no hay espada que clame victoria.
- Entiendes Ptolomeo, el porqué de aglutinar todo el saber en un solo lugar. La biblioteca de Alejandría será única en la historia. Y quién quiera ganar en la guerra o en la vida, tendrá allí las más preciadas palabras.- Otra vez más, la victoria ya es tuya. El gran Alejandro Magno aclamarán.