—¡Abuela! Cuéntanos otra vez como fue tu boda con el abuelo.
Y por enésima vez, la abuela se sentó junto a sus nietos y les contó:
—Fue el día más feliz de mi vida, nuestra familia no tenía mucho dinero, pero se gastó lo poco que tenían para que fuese todo muy especial. Me casé con el mismo vestido blanco de mi madre, el mismo que habían utilizado todas las mujeres para casarse desde hace generaciones, el bien más preciado que teníamos. La iglesia del pueblo estaba engalanada con las flores más preciosas que os podáis imaginar, era primavera y el sol lucía como nunca, como mi rostro que irradiaba una felicidad inmensa. Estaba invitado todo el pueblo, al fin y al cabo, éramos todos de la familia, y los que no, como si lo fueran. Ahora os voy a contar algo que no he contado jamás a nadie, y espero que me sepáis guardar el secreto. Me queda poco de vida y no quiero irme al otro mundo sin confesárselo a alguien.
Llegado el momento en el que el cura me preguntó, si quería contraer matrimonio con vuestro abuelo Joaquín, yo dije que sí. Pero no lo hice mirándole a los ojos, desvié un poco mi mirada hacía su hermano Felipe, al que realmente yo quería y deseaba. Aunque no era correspondida, él estuvo siempre más interesado en los hombres, todo el mundo lo sabía, aunque él nunca lo confesó. Si me casé con vuestro abuelo, fue para estar siempre cerca de Felipe, mi verdadero amor.
Los nietos de Gelsolina, la abuela, la miraron y sonrieron. Habían escuchado aquella historia cientos de veces, pero ella había perdido la memoria hace tiempo y no recordaba haberlo contado. Pero nunca olvidó al amor de su vida, Felipe.
Me he metido en la historia desde la primera palabra, me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes