Esa fría noche, cuatro días después del solsticio de invierno, el mago fue informado del nacimiento del Mesías entre los hombres. Se vio a sí mismo, junto a los otros poderosos magos del hemisferio, rindiéndole pleitesía. Era un largo camino para el cual debería seguir a la Estrella de Belén, un astro radiante y errante que raramente aparecía.
Sabiéndose más cerca que los otros sabios convocados decidió retrasar la salida dos días y preparar bien su comitiva.
El camino se inició sin contratiempos, en una noche clara, en la que la reluciente estrella se mostraba. La caravana estaba compuesta por unos veinte hombres a caballo, que portaban regalos para el Mesías. El mago, en cabeza y como guía, montaba un hermoso akhal-teké de su tierra natal.
Durante nueve noches mantuvieron el rumbo, descansando de día cuando la estrella no era visible. Aunque era invierno, el frío era demasiado intenso y la nieve hacía lento su camino. Con eso justificaba no haber visto poblados en la última semana, aunque ahora que las fuerzas del grupo flaqueaban, también lo hacía su confianza.
En el décimo día, una aurora boreal los recibió, y ahí fue cuando el mago comprendió que debían haberse desviado. Dentro de todas las artes y ciencias mágicas, la astronomía nunca fue su fuerte.
Encontraron un poblado nevado y habitado por extraños hombres de poca talla y orejas puntiagudas que mostraban en todo momento gran alegría.
—¿Donde nos encontramos?— preguntó el mago acercándose a los curiosos que habían salido a recibirles.
—Este es el Polo Norte, señor —respondió risueño uno de los habitantes— ¿Es usted el que según la profecía vendrá a guiarnos?
El mago, afligido por saber que sería conocido como quien no llegó a tiempo para adorar al Mesías, tomó la decisión de forjarse un futuro diferente.
Saludos Insurgentes