¿Habré perdido ya a la mitad de los lectores? Eso es porque no conocen a Óscar, mi sobrino. La encarnación del mal. Un niño nacido para destruir tu integridad, tus principios y... tu vida.
Mi hermano y su mujer decidieron tomar un atajo en el viaje de la vida y concebir esta criatura mucho antes de lo que “se lleva” ahora. Les salió caro. Este demonio disfrazado hizo mella en ellos hasta que partieron a la Toscana en un último intento de salvar su relación. Podrían haber dado positivo al volante gracias a los exquisitos vinos de la región pero prefirieron dar positivo en covid, que está mucho más de moda, alargando así su estancia.
Primer día de cole y me toca encargarme de Óscar. Me despertó de una bofetada mientras clavaba su puntiaguda rodilla en mi cuello. Al menos, mi fisioterapeuta cumplió su sueño de visitar la Polinesia gracias a esa llave de gánster amateur.
Mientras intentábamos desayunar, tiró los objetos de la mesa sonriendo al compás del impacto de los vasos chocando contra el suelo. Tuve suerte con los cristales pero terminé resbalando con la leche que había inundado la cocina. Con la espalda empapada y mirando al techo perdí los estribos. Solo una de las ocho palabras contenidas en mi alarido se salvó de la categorización malsonante.
Óscar las repitió en clase todo el día. Me llamó la directora. Al día siguiente se lo llevé a mi madre.