«El maltratador infectado»

Al mirarme al espejo descubro que mi mirada no es tan aterradora como estos meses atrás. Los golpes en la puerta no me asustan como antes. Sus gemidos sustituyen sus insultos y gritos diarios. Esta vez no voy a dejar que me toque, ese monstruo en el que se acaba de convertir, pondrá fin a esta relación enfermiza.
Mi respiración se relaja al pensar que hoy ha llegado ese momento que tanto soñé, el momento del asesinato. En cuanto esa puerta se abra, sus sesos serán repartidos contra la pared. Sus ojos dejarán de mirarme con odio y deseo a la vez. Su voz ya no liberará una ofensa al final de cada frase. Su boca ya no dañará mi cuerpo al igual que sus manos.
Me asomo a la ventana, y mientras cojo con fuerza la madera con clavos que guardo sobre la repisa, veo a mis vecinos huyendo de uno de ellos, un repugnante zombi como todos los que van apareciendo desde hace semanas. Sonrío y decido dar el paso. Me dirijo a la puerta de la habitación y abro el pomo suavemente, después, retrocedo unos pasos. Viene hacia mí despacio y con torpeza, lo que me recuerda cuando se emborrachaba más de la cuenta, aunque esta vez no ha probado el alcohol, simplemente fue infectado por una prostituta barata. Verlo así me produce una satisfacción enorme, pues por fin puedo deshacerme de él con facilidad y sin ser acusada y encarcelada.
Le golpeo fuerte en la sien, y uno de los clavos provoca que un hilo de sangre brote y salpique los muebles. Al caer al suelo consigo que la madera se desenganche de su cráneo y vuelvo a golpearle, recordando cada patada y cada puñetazo recibido por ese malnacido.
Ahora soy libre y asesina de zombis.