Aquella mañana me costó levantarme más de lo normal, la noche había sido trepidante y apenas había dormido un par de horas. Pero la rutina manda y el trabajo no puede esperar. Cuando abro los ojos no tardo en darme cuenta de que el mundo había cambiado, pensé que el sueño me estaba pasando una mala pasada. Así que, como cada mañana, empiezo el día con una ducha. Es verano y el calor ya es sofocante, así que la ducha será de agua fría. Eso me ayudará a despertarme, sin duda alguna. Sin embargo, cuando termino mi larga ducha, me doy cuenta de que todo sigue igual. Lo que había conocido hasta entonces había desaparecido, al menos como lo conocía antes.
Me dispongo a vestirme, pero mi ropa también había cambiado. Me preparo un café, mi único desayuno. Me siento frente al ordenador y comienzo mi trabajo. Llevo más de dos años teletrabajando y eso no solo me ha encerrado en mi casa, también ha provocado que me encerrara en mi mismo. Siempre he sido una persona muy sociable, con un montón de amigos, pero esta pandemia ha hecho que perdiera a muchos de ellos, al menos que me alejara y que nuestra relación se enfriara. Pronto tendré que poner remedio a esta situación, aunque ahora me cuesta más que nunca.
Pero, ¿Qué le ha ocurrido a mi mundo? Todos los colores han desaparecido y ahora todo es negro, oscuro. Incluso la pantalla de mi ordenador, esa única ventana al mundo a la que me he atrevido a asomarme cada mañana, ha desaparecido y ahora tan solo es una enorme e infinita mancha negra.
No, no es que todos los colores se hayan convertido en negro, simplemente han desaparecido, porque el negro no es un color.
Por suerte parece que los colores vuelven a ser colores...y el negro un nubarrón sin importancia.
Me ha encantado el sentido metafórico paisano.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes