— ¿Alex Díaz?
— Pre… Presente. —contestó el muchacho abrumado ante 25 caras mirándole fijamente.
A él, que había cantado delante de diez mil personas, le abrumaba que sus compañeros le miraran como si fuera el león estrella del zoo.
— Ah, ¿su apellido real no es Dylan?
— Pues claro que no tonta, solo es para hacerse el guay.
Escuchaba los cuchicheos poco disimulados del resto de alumnos. Chicas mirándole como Abú miraba los diamantes en la película "Aladdín". Chicos mirándole con la alerta propia del depredador que ve como otro se abalanza sobre su presa. Solo un par se mostraban con la indiferencia propia de un adolescente. No iba a ser fácil, lo sabía.
La primera decepción para sus compañeros, fue descubrir que su nombre artístico no se adecuaba con el real. “Una simple búsqueda en Google, habría bastado”, pensó. Sin embargo cualquier excusa es buena para intentar empequeñecer a alguien que en realidad envidias.
Hacía mucho que no podía asistir a clase. Estaba harto de su vida de gira, sin poder hacer amigos de su edad, sin poder ser él mismo.
Pero serlo aquí tampoco sería sencillo. Si un cambio en el nombre le costó horas de burlas… Si se enteraban de que era gay, moriría.
La imagen de romanticón que se lleva a todas las chicas, la que le había llevado a la fama y a llenar estadios de fans incondicionales, peligraría.
Pero acaso ese miedo, esa alerta permanente, ¿merecía la pena? Claro que no.
Como si del destino se tratase, vio un papel caer en su mochila. Lo cogió y leyó: Sé tú mismo, puedo ayudarte.
Levantó la cabeza y vio un chico alejándose, portando un folio roto en la mano.
Un papel invitándole a no hacer un papel… Quizás no iba a estar tan solo.