«El pizzero siempre llama dos veces»

Tengo un montón de anécdotas que podría contar como repartidor de pizzas. Os sorprendería como es la gente... Pero hubo una noche que fue el remate. Me mandaron a un piso y me abrió una mujer muy atractiva, morena, de unos treinta y tantos. Ya estaba acostumbrado a que en varias ocasiones me recibieran en paños menores, pero aquella noche fue demasiado. La piba llevaba un albornoz, sin abrochar, entreabierto y debajo no llevaba absolutamente nada. Sus enormes pechos se dejaban ver entre la bata verde dejando al descubierto hasta parte de sus pezones, y completamente visible la sensual pelambrera meticulosamente recortada de su coño. Yo estaba atónito, balbuceé y ella me sonrío, cogió la pizza y me invitó a pasar.
Entré y le indiqué el precio, ella insistía cariñosamente en que me sentara a acompañarla en su cena.
Le expliqué que estaba trabajando y debía marcharme, pero insistió.
—Bueno, pero ahora estás encargándote de este pedido y hasta que no te manden otro no tienes que ir a ninguna parte, a lo mejor llegas y no se ha realizado ningún pedido, quédate y descansa.
—Bueno... está bien. Tiene usted razón, señorita. Ya me llamarán si hay más pedidos— balbuceé nervioso.
—Oh, por favor, no me llames de usted ¿Tan vieja te parezco?
—No, que va... balbuceé.
—Es que me siento muy sola.
Asentí, ella no paraba de mirarme de forma provocativa mientras mordiscaba de forma basta la pizza y succionaba los alargados hilos de queso que colgaban de sus labios.
De repente se abalanzó sobre mí, sentí que un refrescante líquido empapaba mi cara y una luz me cegaba, cerré los ojos, volví a abrirlos y vi a mis compañeros del curro, uno portaba una botella que había vaciado sobre mi cara, entonces comprendí que todo había sido un sueño.