Necesitaba alejarme de mi mundo. Salí del trabajo y fui directamente a una agencia de viajes. Destino: cualquiera del sudeste asiático. Compré un billete solamente de ida, finalmente a Tailandia. Lo tenía todo pensado. En el aeropuerto enviaría un mensaje para despedirme de familia, amigos y trabajo.
Llegué a casa, cogí algo de ropa y la metí en una bolsa. Un libro y una foto de mis padres acabaron de cerrar mi equipaje.
Al segundo día de estar en Phuket, la conocí. Vivía con sus padres en una cabaña en la playa y los ayudaba en un chiringuito donde servían bebidas y comidas locales. Era una chica joven y guapa pero me cautivó su simpatía. Su inglés era igual de malo que el mío pero nos hicimos entender. Le pedí quedar en otro lugar y ella aceptó.
Debió ser en nuestra tercera cita cuando le regalé aquel libro que me había emocionado tanto. Fue entonces cuando me confesó que nunca aprendió a leer. Me conmovió de tal forma que yo se lo leí.