«El voto, con sangre entra»

—Madre, usted tranquila. Era cuestión de tiempo. ¿Qué mejor que hacerlo hoy? —dice Teresa mientras termina de limpiarse el testigo escarlata de su piel. Sin embargo, la madre no encuentra consuelo y sigue abrazando el cuerpo inerte, cuya sangre liberada busca nuevos cauces.

Frente al tocador, la hija toma una brocha y la hunde en un tarro de silicona. Reparte una base ligera por la cara y pega una barba fabricada con su propio pelo, de longitud similar a la de su hermano muerto. Después se pasa el rímel de ojos por las cejas para agrandarlas. Cuando termina el maquillaje extrae, del armario de los chicos, el traje de celebraciones más pequeño, se lo enfunda y lo rocía con Varón Dandy, torciendo los labios por el fuerte perfume.

En la calle, con la cabeza agachada, enfila hacia el Ayuntamiento mientras repite, una vez tras otra, "Antonio Buendía García con DNI 47.005.345".

El frío es desgarrador y se protege las manos resguardándolas en los bolsillos del abrigo. Con la cadencia de un tic, se toca el pecho para cerciorarse de que aún lleva, en el interior de la americana, la papeleta con su elección de voto, el partido liberal.

En uno de los múltiples trayectos de la mano izquierda repara en sus uñas: limpias, uniformes, sin cutículas. "Seré estúpida", se dice rabiosa. Al instante, tras asegurar que nadie la mira, se precipita sobre una zona ajardinada y restriega ambas manos en la tierra. Cuando termina, las mira con alivio y retoma el camino.

Entrando al consistorio, muerde sus labios para reprimir la sonrisa. A cada paso se siente más ligera, con menos lastre. Recuerda nombres de mujeres que sacrificaron su vida antes que ella.

Hoy sabrá lo que es votar pero no será hasta mañana que una mujer no necesite suplantar a un hombre.

Mañana... contará su voz.