«¿En dónde se habrán escondido?»

Ser niño es un regalo anticipado que tendrás que pagar cuando crezcas. Porque, siendo honestos, la adultez llega y emborrona un poco la vida. Un poco bastante, para qué andar con eufemismos. Pero ¿qué sucede cuando ni siquiera tu niñez puede considerarse como un regalo? ¿Qué te queda? ¿Qué expectativas le encuentras al futuro?

Mateo tiene siete años. Le flipan los dinosaurios, sería capaz de escribir una enciclopedia de principio a fin acerca de ellos. Es un auténtico experto en la materia, como siempre le decía su madre. Desde hace unos días, no puede dejar de leer los libros que sus padres le regalaron desde que era un bebé y no sabía diferenciar las vocales hasta la última noche que permanecieron con vida. Un trágico accidente en la fábrica donde trabajaban provocó que ahora Mateo no quiera sonreír. No sabe cómo hacerlo, ha olvidado todo lo que antes lo empujaba hacia la felicidad, que era muy fácil de alcanzar. Solo le queda el movimiento instintivo de sus dedos, que pasan y pasan páginas sin descanso.

Las noches son las más duras. La voz dulce de mamá se esfumó para siempre, y no puede entenderlo. La de papá, algo más grave y discreta, ya no retumba en ningún rincón de la habitación. ¿En dónde se habrán escondido?

—¿Y mamá? —pregunta a su abuela antes de dormir.
—En el cielo, cariño.
—¿Y papá?
—También en el cielo, haciéndole compañía.
Mateo niega rotundamente con la cabeza.
—Mentira. Mamá está aquí —señala uno de los libros. —Y papá también está aquí, con ella, dentro de mis libros.

Por suerte, hay regalos que no vencen.
Por suerte, cuando Mateo crezca y la burbuja de la niñez se rompa por completo, podrá recurrir a las páginas que guardan el recuerdo de sus padres.
Y, así, sobrevivir.