Y después de recorrer las maravillosas ciudades del norte de India, dirigimos nuestros pasos al país vecino de Nepal, otro sueño cumplido con sensaciones difíciles de definir. Sobrevolar el Himalaya y aterrizar en el minúsculo aeropuerto de Katmandú, es de por si toda una aventura y una vez allí, encontrarse tus maletas en mitad de la terminal, toda una experiencia. ¡Sorprendente que, en uno de los países mas pobres del mundo, nadie hiciera el mas mínimo ademán de robártelas!
Nepal, es el país mas impactante que he visitado, sus pueblos y ciudades son de una belleza indescriptible, sus templos, estupas y sus calles, destilan una espiritualidad que desborda cualquier expectativa. El hinduismo y el budismo conviven en armonía, en una perfecta simbiosis que imprime en sus gentes un desapego y generosidad poco imaginable, para unos viajeros de occidente.
Pero la gran aventura de Katmandú es visitar el rio Bagmati, el rio sagrado que fluye desde el corazón del valle de Katmandú y frente a nosotros, en la orilla contraria, los nepalís celebran la cremación de sus seres queridos fallecidos, una ceremonia que te impregna sea cual sea tu creencia. Cuando estás allí, sabes que estás presenciando una ceremonia tan ancestral como el hombre mismo. Una experiencia que se grabará en tu mente a fuego, y que te hace percibir la vida como algo efímero, a la vez que sagrado.
Aquella carretera que nos llevó desde el centro de Katmandú, a la orilla del rio Bagmati, terminaba en Lhasa, la ciudad sagrada del budismo. Sentimos que estábamos tan cerca, como quizás nunca lo estaremos. Pero quien sabe, es otro sueño, pero de momento sin cumplir.