Los jóvenes amigos recorrían su isla acampando cada noche en una cala distinta, disfrutando de los largos días del verano mediterráneo. De clase acomodada, intentaban exprimir cada segundo de libertad antes de regresar a las rutinas de vidas seguras y previsibles.
Sobre todo, una de ellos. La chica estudiaba en la península la carrera que su padre quería que estudiara, la hija perfecta, cariñosa y responsable, pero su espíritu se elevaba con ansias de libertad al contemplar los mares abiertos.
Cada madrugada salía a hurtadillas del improvisado campamento a bañarse sola en las negras aguas que la luna teñía de plata.
Se encontró con él ya la primera noche, sentado en la arena, mirando el mar. No le causó inquietud pese a la hora y lo extraño de su indumentaria, una especie de túnica corta y sandalias de cuero, —uno más de esos viejos hippies —pensó. En todo caso, inofensivo.
La segunda noche se atrevió a saludarle, el hombre de barba entrecana le sonrió con una sonrisa franca pero triste. Él le dijo que su rubio pelo le recordaba a alguien que una vez fletó mil naves a la guerra. Ella le preguntó su nombre, él respondió que podía llamarle Nadie.
Cada noche se encontraban y ella le escuchaba, soñadora, hablar de guerras pasadas y aventuras extraordinarias, repletas de terribles tormentas, sirenas, hechiceras y amores apasionados. Aún relatados en tercera persona, ella sabía íntimamente que se trataba de sus propias vivencias.
Ella en cambio, le confesaba a él sus deseos y anhelos más ocultos, sus sueños, le desvelaba a la mujer tras la niña.
Una noche la chica no regresó a bañarse en las aguas color vino. No supo nunca que se llevó con ella el ajado corazón de Nadie, que seguía solo, atado a su mar, a sus recuerdos.
Narración perfecta compañero.
Y preciosa ilustración!
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes