Marta llegó a casa tan cansada que no tenía ni ganas de darse una ducha para reponer fuerzas, así que dejó el bolso en la puerta y tras quitarse la ropa se tumbó en su nuevo colchón de muelles ensacados.
Al rato, puso un poco de música relajante para dejarse llevar por ella y caer cuanto antes, cosa que hizo en menos de cinco minutos.Cuando abrió los ojos, lo hizo muy lejos, a miles de kilómetros en una selva verde rodeada de cientos de animales y al observar sus manos vio que se habían convertido en patas, era un tigre blanco.
Iba con dos cachorros a los que protegía de depredadores que se acercaban peligrosamente, incluso intentó ayudar a otro tigre que yacía en el suelo bajo la atenta mirada de los pequeños tigres.
De repente unos disparos hicieron que todos los animales salieran corriendo, eran furtivos. Agarró a los cachorros como pudo y salió veloz dejando al otro tigre allí tendido.Así estuvo cinco minutos, corriendo y oyendo disparos hasta que al final una última bala hizo que cayese al suelo, soltando a los cachorros frente a ella.
Justo entonces Marta se despertó empapada en sudor. Solo fue un sueño, respiró aliviada. Cuando se repuso, recordó aquel safari por Birmania en el cual unos furtivos se adentraron en lo más profundo de la selva. De su interior brotó una sensación de agobio que la hizo estremecer. Sabía que ella era aquel tigre.
Lo último que vio fue como aquellos furtivos iban a por los cachorros, dejándola allí tendida en el suelo sin poder hacer nada.
Entonces, lloró.