Jamás imaginé, en aquel avión oriental, que una visita guiada al mercado me regalaría una sonrisa semioculta tras las flores.
Devolver la sonrisa, un saludo tímido.
Repetir el saludo, un té de jazmín.
Servir el té, un paseo a la luz de la luna.
Disfrutar del paseo, una comida con palillos de madera.
Alabar la comida, una risa de cascabel.
Compartir la risa, un beso fugaz en la mejilla.
Sorprenderme con el beso, una llamada al día siguiente.
La llamada, una flor de cerezo.
La flor, otra igual cada mañana.
Tantas flores, mucho amor.
Hoy, cuando su espíritu abandona su cuerpo, y el mío se queda aquí, me regala su penúltima sonrisa. La última se la guarda, para regalármela el día que nos reencontremos entre las flores de cerezo.