Siempre que se entra en una casa encantada, se piensa que hay que luchar y enfrentarse a fantasmas que viven en los oscuros rincones de la más absoluta nada. Pero esa es tan solo una bonita mentira que nos han contado para que olvidemos la verdad: los fantasmas de esas casas encantadas son los nuestros, y los rincones oscuros donde viven son nuestros recuerdos. Cuánto más estancado se está en un recuerdo, más poderoso es el fantasma que vive en él. Cuánto más doloroso es el pasado, más acechante estará el monstruo.
Sabía todo eso, y aun así, entré. Fue como cruzar una puerta al pasado, que puede que nunca volviese a abrirse para dejarme salir. En el interior, los altos techos, la decadencia y los crujidos provocados por el viento se ganaron poco a poco mi miedo. ¿Qué recuerdos me atacarían esa noche?
Esa casa había sido la ruina de nuestra familia, aún tenía algunas fotografías repartidas por el suelo, rodeadas de cristales rotos. En esa casa, mamá se aseguró de que papá había dejado de respirar antes de cortarse las venas.
Me había vuelto adicta a recordar, por muchas lágrimas que eso me causara. Me había hecho a mí misma tan solo un recipiente para todos esos fantasmas, sabiendo que, si no los dejaba vivir a través de mí, morirían para siempre.
Era el día de mi boda y seguía atascada en el pasado, sintiendo como la casa encantada cobraba poder, y mis fantasmas comenzaban a susurrarme. Nunca les había temido, eran míos y yo suya. Pero ese día fue diferente, ese día tenía un futuro al que ir y necesitaba volver a salir por la puerta de la maldita casa. Claro que los fantasmas del pasado no entienden de esperanzas del futuro.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes