Siempre he pensado que las personas tenemos un destino, una fuerza sobrenatural que nos empuja a vivir lo que merecemos. Yo tenía familia, amor y salud… ¿Qué más podía pedir?
No tener miedo.
Cuando vives algo horrible, te acaba rompiendo. Cuando lo horrible es cotidiano, te ahoga y, cuando lo horrible es tu marido, entras en un laberinto de espinas lleno de culpabilidad y miedo. Me perseguían sombras, sombras negras y espesas con grandes ojos amarillos que me succionaban el aliento. Suspiraban en cada centímetro de mi piel desnuda y se anclaban dejando manchas, manchas moradas en mi cuerpo. Constelaciones de dolor que se sumaban al eco desgarrador en la oscuridad.
Sumisión. Prohibición. Obediencia.
Las agresivas olas arremetían contra mí, pero a ojos ajenos llenos de ignorancia, el mar estaba en calma. ¿Era víctima de mí misma? ¿Era yo la tempestad que alimentaba al oleaje? Era víctima, sí, pero no de mí. Era la víctima de una inhumana y cruel sombra grotesca. Eso no era vida.
La agresión encubierta de la marea no significaba que no existiera y yo, solo ansiaba la calma.
Sosiego. Apatía. Paz.
Cada tormento que se presentaba con la luna era peor que el anterior. El laberinto se extendía, pero el peso de las sombras no me dejaba avanzar. Me sentía en una celda, una celda amplia, pero sin oxígeno y, sin este, ¿cómo respirar? Es imposible. Era imposible.
Solo puedo pedir perdón. Perdón por el coraje de haber vivido en Los relojes blandos de Dalí y seguir abriendo los ojos cada día, mientras se escurría la posibilidad de ser salvada. Perdón por la cobardía de ahora vivir en El suicida de Manet.
Solo quiero pedir una última cosa. Proteas. Proteas en mi lugar de paz. Simbolizan el cambio. Acabar con la violencia machista es posible.
Los símil con los cuadros son magníficos!
Enhorabuena compañera!
Saludos Insurgentes
Me han gustado mucho las referencias artísticas