Esa fue la única frase que le dije antes de irme.
Todo sucedió apenas unos minutos antes de las Campanadas. En la tele sonaba la típica y tópica música del programa de Fin de Año, ese que siempre veía con mi madre hasta la madrugada. ¿Por qué las cosas habían cambiado tanto? ¿Cuándo había dejado de ser feliz?
¿Qué pensaría la gente si viese a una mujer vestida con lentejuelas, tacones más altos que su propia autoestima y dos maletas corriendo por las calles de Barcelona? Me planteé que igual hasta podría salir en las noticias al día siguiente... Pero no me importó.
Cuando alguien te anula, te hace añicos poco a poco, cuando te aísla de una manera tan progresiva que ni te das cuenta (solo cuando ya lo ha conseguido), invade tu cuerpo una soledad tan galopante que ahí es cuando abres los ojos y dices: "hasta aquí".
Yo, al escuchar aquellas canciones tan horteras, recordé que me había olvidado de ser feliz, lo que me llevó a tomar la decisión de irme de casa con mi vida en dos maletas, para nunca más volver a verle.
-Hasta aquí hemos llegado, no lo soporto más...
-Ya vendrás otra vez, siempre lo haces...
Pero no, esta vez estaba escribiendo el punto y final de nuestro matrimonio. Él no lo sabía, pero yo sí.
Y salí de casa, con una sonrisa puesta en los labios, teniendo las Campanadas como banda sonora de mi fuga, mientras me prometía que nadie más iba a hacerme sentir un cero a la izquierda.
Y entonces, a pesar de mis dos maletas, me sentí más liberada que nunca corriendo sin rumbo con tacones y vestido por las Ramblas de Barcelona, teniendo como único propósito para el 2022 encontrarme a mí misma de nuevo.
Con cabeza de jurista y alma de escritora.
Amante de los cantautores, mujer de los gatos y…
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Saludos Insurgentes