A Lucas no le gustaba nada que todos se rieran cuando su abuela interrumpía el entrenamiento para traerle el bocadillo. Él no era consciente de que a muchos de sus compañeros, en realidad, les daba envidia. Alguien se preocupaba por él y no precisamente cualquiera. Una abuela es un emblema con el que no todo el mundo tiene la suerte de contar.
Marcos nunca conoció a su padre y a Julián le hubiera gustado no tener que conocer al suyo. Los gritos en casa eran frecuentes. Sabía que su madre hacía todo lo que podía para mostrarle que las cosas no iban tan mal, pero los moretones ponían verdaderamente difícil creerla.
Jorge no hablaba. Llegaba el primero y se iba el último. A veces llegaba con insultos escritos en la mochila y otras tenía demasiadas manchas en la ropa como para creer que habían sido fruto de la torpeza. En el gimnasio nadie le preguntaba sobre ello. Simplemente entrenaban todos juntos. Había complicidad. Mutuo respeto.
Niños que habían tenido que crecer a ritmo acelerado. Que sorteaban los obstáculos de la vida como podían y habían encontrado en el boxeo del gimnasio del barrio un lugar de unión. Sentían que pertenecían a un grupo. Desahogaban los golpes del destino con golpes llenos de valores.
Me siento orgulloso de entrenarlos. De haber sido capaz de crear un grupo así. A pesar de las goteras o de que no haya guantes para todos. De haberles enseñado a defenderse. A entender que juntos somos más fuertes. A respetarse. A mejorar. A evolucionar. A entender que en esta vida hay golpes y golpes. Están los que duelen de verdad. Pero también están los que podemos dar nosotros para salir adelante.
Me ha encantado Mikel, enhorabuena.
Saludos Insurgentes