«Historias a ras de suelo»

En la avenida principal, la contaminación, la pobreza y el consumismo compiten para acaparar el protagonismo. Sobre la acera soleada, una hilera de mendigos esconde historias insólitas.

—¿Te he contado alguna vez que gané cinco discos de platino? —susurra a su multirracial perro.
Él no pide limosna ni enarbola un cartel que genere compasión. Sin amigos ni cordura, se limita a cantar. La ausencia de todos los dientes provoca un efecto cómico. Cuando algún viandante repara en ello, le deja unas monedas en el cesto. Sin embargo, él apenas atiende las recompensas; es tal el éxtasis en que se sume.

Un hombre trajeado, robusto e inexpresivo, se le acerca con una bolsa de papel.
—Buenos días, Ruby. Te traigo un desayuno continental con cruasanes de mantequilla.
—Muchas gracias, majo… dime una cosa: llevas mucho tiempo trayéndome cosas y no sé tu nombre. ¿Algún día…?
—Algún día —responde, mientras le deja cinco dólares. Reprende la marcha y se mete en un coche donde el compañero nuevo le espera.
—Toda la semana has estado trayéndole comida y dinero. ¿Un familiar o amigo?
—No. Es un antiguo conocido al que se le torció todo un día.

Tras un rato en silencio, el conductor no puede contener su curiosidad.
—¿Qué le pasó?
—Mmm... hace veinte años era un cantante de éxito y, además, activista. No se callaba ni una. Y aprovechaba su carisma. Consiguió derrocar a un gobierno,…pero no pudo con el poder que había por encima.
—Entiendo. ¿Y cómo se las arregló ese poder?
—Uno de los días previos al concierto más multitudinario de la historia se le administró, contra su voluntad, un cóctel de fármacos: glucocorticoides, neurolépticos, anticolinérgicos. Se quedó sin voz durante un tiempo.
—Un tiro hubiese sido más rápido.
—Si quieres crear un mártir, sí. Hubo también libelo informativo y terminó perdiendo contratos y cayendo al ostracismo.
—¿Y cómo sabes esa historia?
—...Me encargaba del trabajo sucio.