«Pío-pío...»

- Oye, ¿te acuerdas de ese asunto? Es que he cambiado de idea. No será necesario hacer nada. Tengo un plan.
- Buf, me has despertado, con lo que me cuesta coger el sueño. ¡No es mediodía en todas partes a la vez! ¡Buenos días a ti también!
- ¿Te he pillado en mal momento? ¿Qué hora es en Filipinas?
- Tarde... ya te lo digo yo. ¿Qué quieres ahora?
- ¿Recuerdas que te pedí un favor? Ahora han surgido inconvenientes y no necesitaré ayuda.
- ¿Tan escrupuloso te has vuelto, de repente?
- Creo que sería algo excesivo, no me gustaría cargar en mi conciencia con ese peso. Sinceramente, es algo que no aguantaría mi úlcera.
- No sufras por ello, lo he escondido bien.
- ¿Cómo que escondido?
- Al muerto, a quien querías dejar fuera de combate. Al solista, el que te hacía sombra, lo escondí dentro del órgano. Como te quejabas tantísimo: que si podría arrebatarte la oportunidad de tu vida, que si había comprado a los directores de orquesta, que si era un enchufado. Te he suprimido toda la competencia. ¿Qué más quieres, amigo?
- ¡Ay, madre mía! Necesito sentarme, o mejor, tomar el aire, o una ampolla de cianuro, o un antiácido, que es como la píldora del día después y nunca la encuentras cuando es necesaria.
El tiempo apremiaba y llegaba la hora de actuar. Colgó el teléfono, buscó al fiambre y lo sentó en el banco del órgano, ocultando su mirada con una gafas.
Él mismo anunció su actuación como el dueto de Tocata y fuga en Re menor.
Al finalizar la pieza, debido a su entusiasmo, había olvidado a su "enemigo" sentado junto a él, hasta que su cabeza golpeó las teclas más graves, cortando la ovación. Disimuló como pudo mirando la escena.
- ¡Vaya! En fin, creo que son cosas del directo.