«No te quedes con la impresión»

A medida que transcurre el desfile de testigos por el estrado, se va erigiendo la figura de una persona autoritaria, inflexible y obsesiva. Tomás no reconoce como propio ese ser diabólico que las preguntas del fiscal están delineando y con su cabeza niega en un bucle ostensible.

—Señoría, el señor Valbuena, en su calidad de director de la orquesta, conocía al detalle las instalaciones. En vista de las pruebas recogidas y los informes periciales, queda probado que Leonor Santana murió asfixiada a manos de su marido y posteriormente este la introdujo dentro del órgano...

En un rincón, al fondo de la sala, con un nudo en la garganta, el trompetista Sebastián no deja de mirar al asesino. Le ha arrebatado a su amante y anhela justicia. Aún no se explica qué pudo pasar. Recuerda cómo fue ese día: otro encuentro desenfrenado antes del ensayo, unas embestidas animales, el ruido de alguien acercándose y la huida. Lo que olvidó son sus manos agarrándole el cuello, como a ella le gustaba.

Fuera de la sala, el conserje del Palacio aguarda. A su lado, lamiendo una piruleta, está su hijo pequeño, callado.

Cuando el auxiliar del juzgado dice su nombre, acude con rapidez hasta su asiento.
—Ha pedido testificar. Díganos, señor Torcuato.
—Verá usted, mi hijo pasa muchas horas en el Palacio, pero lo oculté para que la policía no lo agobiase con preguntas. Hasta que ayer habló conmigo…
—Siga, por favor.
—Ese día, se encontró a Leonor en uno de los pasillos, desnuda y muy nerviosa. Le pidió ayuda para esconderse. El niño abrió la puertecilla de la consola del órgano y la dejó adentro. Enseguida se puso a gritar diciendo que era claustrofóbica, pero él se asustó y salió corriendo.
—Gritaba mucho, papá —dice asomando la cabeza por la puerta mientras remata la golosina.
—Verá usted..., mi chiquillo... es muy especial.