«Mensajes que vienen del alma»

“(…) Deséame mucha mierda. Desde pequeña lo tuve claro y tú, callado y abnegado por igual, perseveraste en mi sueño. Las cincuenta mil personas que mañana asistirán al concierto merecen mi mejor interpretación.

Ojalá pudieses verla.

Te quiero, Papá”.

Dejó la pluma, metió la carta en un sobre que, acto seguido, lanzó al fuego de la chimenea. Derramó un par de lágrimas, las preceptivas dos gotitas saladas que se permitía con cada carta.

Decidió poner a tono la voz con una escalera musical. Carraspeó, respiró hondo y comenzó: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. El Do final no salió. Arqueo de cejas.

En una cueva, lejos de todas partes, una comunidad de gnomos, durante su festividad septenal, permanece meditando tras la ceremonia de invocación a su deidad Weyog. En un momento dado, escuchan un sonido potente:

No entendía qué había sucedido, pero intentó de nuevo: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La. Sus labios se movieron aunque las notas últimas no sonaron.

Si bien desconocen el significado, tienen claro que ha sido Weyog, manifestándose; algo insólito.

—Silencio, por favor —dice el anciano más sabio de la comunidad—. Sigamos meditando.

Tras un momento, respirando todos unánimes, dos atronadoras palabras emergen del silencio: 

—Si, Do.

Los pequeños seres se miran entre sí, ojipláticos.

La habitación pareció empequeñecer. No dejaba de moverse de un sitio a otro como si las respuestas estuviesen escondidas en algún lugar entre esas paredes.

Tras varias manifestaciones, el anciano anima a todos a cantar el mensaje completo: ocho extraños sonidos. 

Se arrimó a la ventana, para ver el mundo donde pasan cosas, entre un torrente de lágrimas.  Ahora que no podía hablar, escuchó lo que su cuerpo decía y, sorprendida, encontró calma. Se dio cuenta de que…

...Solo quería cantar para su padre.