Si cerraba los ojos podría evocar a quien fui. Pero era una imagen tan difusa que sabía que sería más fácil simplemente no intentarlo, fingir que era quien siempre debí ser, y seguir adelante.
Es eso lo que hacemos, seguir. Es eso lo que me había llevado tan lejos de mi casa, a una isla perdida de indonesia, rodeado de rostros desconocidos. Siendo el mío mismo un reflejo que no reconocía al mirarme en el espejo.
¿Cómo de jodido era el viaje que había hecho que me había acabado perdiendo?
¿Cómo de jodido estaba para que perderme fuese exactamente el objetivo?
Plantado en medio del mercado, rodeado de especias, ruidos y gritos podría hacerme casi invisible. Desaparecer simplemente. Quizás a la próxima persona que me preguntase mi nombre le daría uno inventado, ¿qué sentido tenía utilizar el antiguo cuando no quedaba nada de quien fui?
A veces la culpa era demasiado, me preguntaba si sería tan horrible volver. Los dioses sabían que, hacía meses que no me molestaba en enviar si quiera una postal a mis padres.
Quizás debería llamarlos.
Quizás que no me hubieran llamado ellos ya era incentivo suficiente para no hacerlo.
Quise viajar para curarme, pero me había vuelto un adicto a ser anónimo, a no hacer lazos y a no dejar que nadie me dañase. Había malos días, claro, pero la mayoría eran simplemente indiferentes, y después de todo lo que había pasado esa era mi mejor opción. La mayor parte de las veces lograba dejar a mi mente tan calmada que casi creía que podía con ella.
Otras veces no.
Pero, ¿qué más daba? Si podía con mi mente algunos días era únicamente porque no estaba en mi casa, y cuando no podía... entonces no quería que nadie importante para mí lo viera.