No podía confiar en su discreción, le decía su marido, por eso le había contado durante años milongas acerca del cambio climático y minimizado sus consecuencias, hasta que en los últimos meses las cosas se habían deteriorado con tal rapidez y hasta tal punto que el Proyecto Noé tuvo que adelantarse.
Sobre ello llevaban discutiendo todo el viaje desde la mansión al aeródromo privado, desde que, aquella mañana le había confesado la terrible realidad.
Era complicado asimilarlo todo, la mentira, el horror y por supuesto, el hecho de que los próximos años de su vida los pasaría en el espacio exterior. En una faraónica estación orbital que, aunque gigantesca, solo tenía capacidad para 10,000 habitantes.
Teniendo en cuenta que más de dos tercios serian químicos, biólogos, físicos, técnicos, ingenieros, médicos, personal de mantenimiento y de seguridad, quedaba poco espacio para el resto, los que pagaban todo aquello con el dinero saqueado durante generaciones, los causantes del desastre que abandonaban el Titanic. De nuevo, sólo había lanchas salvavidas para la primera clase, y para el servicio.
Obviamente su marido ni lo veía ni lo expresaba así, educado desde la cuna en la supremacía de clase, en la mezquindad y el egoísmo más puros, ahora le gritaba para que subiera al jet que les esperaba en la pista.
¡Hipócrita predicadora YouTuber, activista de los derechos humanos y la ecología verde desde su mansión de cien millones de dólares, inútil! le gritaba un niñato que no sería capaz de encontrar su propio culo sin los asistentes a los que abandonaba a su suerte.
¡Pues quédate y púdrete aquí abajo con la chusma y dales recetas de comida vegana zorra ingrata!
Desde la ventanilla del avión que se elevaba, veía entre lágrimas humilladas y culpables, como el humo de mil incendios tapaba el Sol.