«Inyección monocromática»

Abro el cajón y leo:
El azul del mar en calma.

Ya no hay rastro de la vida que conocíamos. Claro que de eso, hace ya muchos años. Por el año 2.422 las máquinas comenzaron a ser perfectamente autosuficientes y los gobiernos y grandes empresarios empezaron a reemplazar a las personas por estos robots humanizados, mucho más eficientes. Una furibunda multitud de personas se sublevó en las calles de la ciudad por falta de trabajo, exigiendo a viva voz la supresión de contratos precarios.

Rápidamente, el gobierno tomó medidas rigurosas e instauró una nueva ley de trabajo: "todo aquel dispuesto a trabajar debe someterse a la inyección monocromática", cuyos efectos tenían que ver con la pérdida del apetito, del sueño y de la visión policromática, lo que reducía los colores a gris, negro y blanco. En resumidas cuentas, se trataba de una inyección que deshumanizaba a las personas y las convertía en máquinas de producción, para no sentir emoción alguna, ni dejarse inspirar, ni apreciar la belleza de los colores.

El día de mi decimoctavo cumpleaños, durante la cola para la inyección, comencé a cavilar... de qué color serán los ojos de mi bebé, cómo pintará el cielo sus atardeceres, cuál será el color de las flores silvestres, de los paisajes agrestes, de las inquietas mariposas, que pasará con las obras de arte, ...

Sumergido en mis pensamientos, llegué al principio de la cola y, como un autómata, pregunté al enfermero:
- ¿Cuál era tu color favorito?
- ¿Es que no lo sabes? Los colores que conoces se desvanecerán como la espuma en cuanto esta pequeña aguja te perfore.

Para no olvidarlo, escribo inmediatamente en una hoja en blanco:
El azul del mar en calma.

Hago acopio de todas mis fuerzas. Me preparo para el pinchazo. Lo demás ya es historia.